Las oposiciones esconden una cruda realidad que debes conocer antes de hacerlas. Te la desvelamos con todo lujo de detalles
Hay determinadas realidades que se explican mejor si se recurre a ejemplos prácticos. Por mucho que tratemos de explicar una determinada información de forma teórica, las imágenes siempre suscitarán más curiosidad que el texto, por ese poder evocador que poseen, por hacer que nos sintamos identificados casi al instante con la situación que estamos describiendo. Este es uno de esos casos. Y más vale que los lectores presten atención si no quieren perderse detalle.
Imagínese el lector que acaba de terminar su grado universitario y, ante la falta de oportunidades para obtener un empleo decente en el sector al que ha consagrado cuatro o cinco años de su vida, decide opositar. Esta alternativa no resulta nada descabellada considerando que el sector público en ocasiones es mucho mas rentable que el privado. Si lo que estamos buscando es estabilidad, desde luego suele aparecer como la opción más confiable. Si, por el contrario, aspiramos a ascender en la jerarquía empresarial, cabe destacar los negocios privados. Por tanto, las personas que se preparan una oposición renuncian a la ambición y se abocan a una rutina de estancamiento a cambio de un sueldo vitalicio y seguridad laboral.
Esta seguridad se traduce en que nadie puede despedir a un funcionario salvo que este haya atentado contra alguna de las disposiciones previstas en la legislación y haya puesto en peligro la integridad de sus compañeros de trabajo. Si se compagina adecuadamente, esta perspectiva aporta una tranquilidad insólita que permite complementar el trabajo con el tiempo libre, que puede dedicarse a cultivarse físicamente, a leer o a pasar tiempo con la familia. Sin embargo, el examen de oposiciones cuya superación es necesaria para adquirir esta condición, entraña un riesgo grande.
El riesgo de las oposiciones
El principal riesgo de unas oposiciones es la arbitrariedad. Cada año sale un menor número de plazas para desempeñar una determinada función y cada año la demanda de estas plazas parece ser mayor. Así, ante las escasas probabilidades de lograr un trabajo, muchos de los aspirantes tiran la toalla antes de tiempo.
Y es que nadie puede juzgarlos. Al fin y al cabo, después de un año de intensa preparación y probablemente miles de euros invertidos en alguna academia preparatoria, el esfuerzo realizado podría no verse en absoluto recompensado. En el buen juicio del lector está el querer presentarse a este examen.